De tarros, sacos y capachos: el cuantioso esfuerzo en tierras de oportunidades

Trabajar la tierra es una de las tareas más sacrificadas del hombre. Si bien estudiar la fertilidad del terreno, cultivar la semilla, mantener la planta hasta verla parir, son labores de asombrosa entrega, sabiduría e inversión; la cosecha de los frutos no es menos trabajosa. Pues se trata de una faena de increíble esfuerzo humano que logra llevar al mostrador, y de allí a la mesa, ese poroto (caraotas en Venezuela), durazno o manzana que tanto gustan.

La labor en los fundos adyacentes a Rancagua, Chile, comienza a tempranas horas de la mañana: entre las seis y las siete de cada día. No muy distinto a otros lugares del continente suramericano o del caribe. El obrero(a), por lo general inmigrante, y el chileno en menor proporción, despierta arropado a un frío, más o menos templado unas dos horas antes de llegar al campo.

Ya en el terreno, y aún con clima de neblina, esperan capataces y trabajadores del fundo que explican el cómo y dónde se deberá hacer el trabajo. Y aunque los obreros, en particular los oriundos sepan cuál es su rol, siempre están igualmente sujetos a ciertas pautas. Pero también a las órdenes del jefe(a) de cuadrilla; quien organiza los grupos para la faena. Trabajo que se paga, según sea el empeño individual de cada persona, o bien de cada brigada, dependiendo del fruto, o alimento que se vaya a recolectar. Cuestión de acuerdos. Mientras, el inmigrante recién llegado, aprende rápido, o aprende rápido.

Granos, indicios y nobles

La cosecha de porotos, por ejemplo, además de ser de las menos remuneradas, es una de las más fuertes sin duda. Especialmente para los que nunca han realizado esta tarea, como muchos de los inmigrantes que jamás pisaron un huerto antes de llegar a Chile. El trabajo consiste en recolectar en un tarro (tobo, balde, envase) la mayor cantidad de vainas hasta llenar un saco de veintiocho kilos. Es decir, de cinco a seis tarros por sacos. Complicada tarea, considerando el tamaño de esta planta, que por lo general se extiende y se enreda a ras de piso.

La difícil faena del poroto radica en que cada recolector debe cosechar, al menos, un par de hileras de plantas de lado y lado, a lo largo de un extenso, a veces húmedo y frío terreno. Mientras más vainas de poroto, más kilos y más sacos. Fácil decirlo, pero nada fácil hacerlo, tomando en cuenta que hay que desenredar la planta, arrancar el poroto y llenar ese tarro que podría tomarse, sin descanso, una media hora o más; y cada saco de veintiocho kilos, más de una hora seguro a columna partida.

Basta imaginar la fatiga que produce estar agachado o arrodillado por más de siete horas arrancando las suficientes vainas a la vez para atiborrar el balde por encima de su borde si es posible, a manera de ganar peso. Porque llenar el saco de veintiocho kilos es de un esfuerzo titánico, conforme pase el tiempo, caliente el sol y ataque el cansancio.

Agobio que los haitianos, por ejemplo, saben sortear no sólo por demostrar ser los más resistentes, sino la mano de obra de mayor rendimiento, y muchas veces la más discriminada; al menos en este plano laboral. Solo para explicar: son los últimos que montan en los transportes (furgones) para irse de pie hasta el fundo, en un viaje que muchas veces supera la media hora. Segregación que podría ser, por mera especulación, por un tema de racismo o xenofobia. Quién sabe. Lo cierto es que pareciera una especie de rechazo difícil de explicar en pleno Siglo XXI. Indicios muy particulares que podrían menoscabar la agricultura de todo un país… Como ocurrió en Venezuela, por ejemplo, donde “líderes políticos” acuñaron el resentimiento y la xenofobia en contra de muchos empresarios hasta desmantelar el aparato productivo, llevando a la población venezolana a una situación de hambre y diáspora por todo el mundo. Chile en este caso seguro trabajará en ello para evitar caer en tal desgracia.

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Cientos de haitianos ha elegido tierras chilenas para el trabajo ilegal e informal en busca del sustento. Lamentablemente, no son los únicos que son azotados por las realidades de sus países de orígen. Imagen cortesía de losandes.com.ar.

En fin, los haitianos muy por encima de los otros inmigrantes y demás chilenos (salvo algunos con experiencia), son los que más poroto cosechan desde que llegan a trabajar en estos fundos de granos: de cinco a siete sacos por persona en cada faena. Quizás más. Entienden perfectamente el tema de trabajo en equipo, por ser el grupo de obreros más grande y responden con una sonrisa a cada acto en contra, como si no supieran de lo que se tratara, aunque si sepan de lo que ciertamente se trate. Al menos es lo que se puede ver desde una mirada bien particular de quien escribe. Podría decirse que también son nobles trabajadores y nobles personas, seguro con sus excepciones que también suelen saltar a la luz, sin querer juzgar, claro está.

Pesada y dura jornada

Por otro lado, se encuentra la cosecha de duraznos y manzanas, la cual no es menos afanosa que la del poroto. Estas frutas si bien se caracterizan por tener un especial aroma y aspecto que las hacen a la vista un manjar provocativo, con piel suave, de dulce aroma y de exquisito sabor; su trabajo es de hecho, extenuante.

Todo inicia tan temprano como en el poroto, a diferencia que las plantas de manzana y durazno, no están al ras de piso, sino que sobrepasan tres y cuatro metros de altura. Por lo que se necesita de una escala (escalera) para llegar hasta la última fruta, así como de un capacho (bolso) para bajarlas y depositarlas en un recipiente de un metro y medio de ancho por uno de alto aproximadamente, conocido como Bins. Por cierto, una caja que se paga entre siete y once mil pesos, que para llenarse necesita de treinta y dos a treinta seis capachos por cuadrilla de cuatro hombres o mujeres. Unos ocho o nueve capachos por persona.

Los Bines que logre hacer cada cuadrilla se dividen entre el número de miembros y eso es lo que se cobra. Por ejemplo, si el Bins lo pagan a diez mil pesos, y la cuadrilla de cuatro hace doce Bines, son 120.000/4, lo que es igual a treinta mil por cada obrero. Pero eso no siempre es así. A veces las brigadas no son tan productivas. O a veces son conformadas con más miembros, y allí se complica mucho más el asunto. A mayor cantidad de miembros, menos son los viajes para cada Bins, en consecuencia menos remuneración, pero mayor la necesidad de llenar más cestas.

La labor consiste en terciar el capacho de su cinta por encima del hombro quedando la bolsa a nivel de la cintura. Hecho esto, y con el frío de las siete de la mañana, comienza la jornada en un huerto, por lo general mucho más gélido que el del poroto. Cada obrero debe contar con su escala de aluminio o madera, nada liviana por cierto, que en la mayoría de los casos deberá trasladar desde el “almacén de herramientas”, hasta el lugar donde se va a cosechar. Cinco o diez minutos a pie. Ya en el sitio, se le asigna a cada brigada (inmigrantes y chilenos), las hileras de árboles que les corresponden cosechar. Lo mismo se hace con los haitianos a quienes agrupan aparte, al parecer por razones de idioma. Además de que en estas cosechas la productividad haitiana es más o menos parecida al de las otras cuadrillas. No se destacan por encima, como lo hacen en la cosecha de poroto.

En este ínterin, el dueño o encargado del fundo explica la “pauta”, y comienza la faena, no sin antes escuchar el “vamos, vamos chile”, de algún carismático cubano que expresa su entusiasmo caribeño. Grito, que entre otras bromas, perdura toda la mañana y sin parar, pero que también sirve de motivación para una pesada y dura jornada de ocho horas continuas.

“¡Vamos!” “¡No se me cansen!”

Y es que al unísono de este grito insular, cada obrero coloca su escala frente a su planta. Comienza a cosechar por donde más le convenga: por debajo o por arriba, mientras se escucha al isleño sin cesar. Si el obrero comienza por las frutas de la parte baja del árbol, le pesa el capacho para subir la escalera, y si es desde del tope de la planta, pues el peso es para bajar. Si sólo cosecha las frutas de la parte baja el trabajo no queda allí. Deberá en su momento recoger las frutas de arriba que vaya dejando, por lo que no debe darle largas, porque la cosecha avanza por tramo y a un ritmo de equipo, no individual. Nada conveniente para alguien que se atrase, y cuya cuadrilla esté conformada por un cubano. Escuchará sin duda el grito de un “¡muévete Venezuela!”, “¡muévete Colombia!”, “¡no te veo Chile!” ¡Vamos, vamos, vamos! Sin duda, personas “insoportablemente agradables”. Más aún, si provienen de Camagüey, zona central de Cuba, donde la gente es más o menos escandalosa, y no menos arrogante que los de La Habana, según cuentan.

En todo caso, para este tipo de cosecha se necesita de fuerza en el dorso, así como de precisión y velocidad en ambas manos; además de equilibrio para sostener sobre la escalera un capacho lleno de manzanas o duraznos, que pueda pesar hasta más de veinte kilos. La cosa se hace más complicada cada vez que se está en el último peldaño de la escala con el capacho lleno, que habrá de bajarse con cuidado y rápidamente para vaciarlo en el Bins. Y así repetir el proceso una y otra vez hasta llenar el inmenso recipiente, mientras el sol y la sed también hacen su trabajo. Si bien para el hombre esto resulta forzado, más aún para las mujeres que también se suman a las cosechas. Respetable en todo sentido.

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El duro trabajo de recoger la cosecha en los huertos de Rancagua. Imagen cortesía de soychile.cl.

Vale imaginar el dolor que produce la cinta del capacho que empuja desde el cuello hacia abajo, cuya sensación pareciera cortar la circulación, mientras la cinta pareciera que rasga la piel por tajos. Un dolor que cobra vida conforme las horas y a la cantidad de capachos que se cargan para poder llenar tres, cuatro, diez o veinte Bines. Todo depende de cuánto soporte la persona o cuadrilla.

Rutina que se hace cuesta arriba, considerando que hay un proceso de descarte de “frutos malos” cada vez que se vacía un capacho en el Bins. Lo que retarda el llenado de la gran cesta, y en consecuencia genera más viajes por obrero. A mayor descarte, mayor la cantidad de capachos que requiere cada Bins, y como es obvio, mayor cansancio. Menor rendimiento a fin de cuentas. Pero apenas la cuadrilla da muestras de este agotamiento, se vuelve a escuchar al de Cuba: “¡vamos, vamos Venezuela! ¡Vamos, vamos chile! ¿Qué pasa Colombia? ¡No se me cansen!” Y vuelve otra vez el entusiasmo. Aunque con menos fuerzas, por supuesto.

Cosecha, barrido e inmigrante

En cuanto al barrido de manzanas es mucho más sacrificado. Se trata de recoger en otra jornada toda la fruta de descarte que está en el piso y la que haya quedado en los árboles; que es un trabajo que se paga aparte, y muy por debajo del esfuerzo que se invierte en ello. En el caso del durazno, el descarte se recoge paralelamente y a manos de otras personas que no son necesariamente de la cuadrilla. Cosa que se critica mucho, pues para algunos obreros el descarte en el durazno se debe pagar, considerando que ya esa fruta fue cosechada, más allá de que se retire del Bins. Por tanto un trabajo que debería ser pagado, considerando que esa fruta va igualmente a la comercialización, como se hace con la manzana de barrido, la cual va a la producción de jugos y otros productos.

En todo caso, las cuadrillas para cosechas de durazno y manzana, funcionan bien cuando sincronizan cada vaciado de capacho en el Bins. Cuando no, pues generan atraso y alguien trabaja más que otro. Pero es que el hecho de subir y bajar escaleras con capachos llenos o vacíos; moverlas sobre los hombros mientras se avanza, volverlas a subir sin tomar descanso por más de siete horas es definitivamente extenuante. Por lo que no hay manera que alguien no baje el ritmo. Porque conforme las horas, la mañana deja de estar fresca, y la puesta de sol se hace agobiante, más aún cuando se mezcla con el polvo que sueltan las plantas, lo cual causa en muchos obreros alergia, tos, y severa dificultad para respirar. Las plantas mismas son una amenaza para el rostro y ojos de los trabajadores. Cuestión de seguridad industrial que habrá que atenderse. Lo cierto, es que se trata de una cosecha pesada, no sólo por la fruta, sino por todo lo que gira en torno a ello. Pese a esto, el trabajo no para. “La cosecha manda”.

De manera que son entre otras, una lista de cosas que hacen que la cosecha en estos huertos aledaños a Rancagua, sea si se quiere, un sacrificio tanto para propios y más para foráneos. Al menos hasta que llega el invierno. Una opción de vida momentánea o permanente a los que muchos apuestan con tal de servir la mesa, pagar el arriendo, o transferir el pan a los hogares que dejaron atrás a miles de kilómetros. Un cuantioso esfuerzo que se paga gracias a la oportunidad que ofrecen las tierras chilenas, como la que recibió este servidor, quien además de cosechar con tarros, sacos y capachos, escribió estas líneas aun siendo un obrero venezolano en los huertos rancagüinos: Garrinson Maita; inmigrante.

Por: Garrinson Maita

@GarrinsonMaita

Comunicador Social y Asesor en Comunicaciones Productivas

garrinsonmaita@gmail.com

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Cambio Universitario. Agosto, 2018

https://cambiouniversitario.wordpress.com/

Caracas, Venezuela: Universidad Central de Venezuela (UCV)

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